Científicos, en especial etnólogos, han investigado el cómo se formaron las diferentes y complejas comunidades y qué técnicas culturales las han mantenido vivas. En Nueva Guinea, la segunda isla más grande del orbe, compiten más de mil poblaciones étnicas por áreas de cultivo, territorios de caza y otros recursos naturales. Habitualmente este conflicto desembocaba en luchas de poder. Solo las comunidades más unidas y fortalecidas podían, en estas condiciones, lograr el éxito. Para mantener su unión, estos grupos desarrollaron una cultura que probablemente proviene desde los comienzos de la historia humana: la veneración de los ancestros. Esta característica cultural se ha difundido en toda la Polinesia.

En este culto de ancestros, los hombres aseguraban su sentido de pertenencia, su unión y su identidad. En el centro de algunos poblados se construían enormes casonas de reunión  que ciertamente eran reservados para los varones. En sus interiores se solían guardar huesos, cráneos y varios  objetos sagrados y representaciones talladas de sus míticos antepasados. Un ejemplo son las casas ceremoniales de los Maori,  la morada de los hombres iniciados y de los espíritus. En este culto de ancestros, los hombres aseguraban su sentido de pertenencia, su unión y su identidad. En el centro de algunos poblados se construían enormes casonas de reunión  que ciertamente eran reservados para los varones. En sus interiores se solían guardar huesos, cráneos y varios  objetos sagrados y representaciones talladas de sus míticos antepasados. Un ejemplo son las casas ceremoniales de los Maori,  la morada de los hombres iniciados y de los espíritus. 

En general los ritos de iniciación para los jóvenes eran las condiciones para ser admitidos en esta comunidad de hombres mayores, convirtiéndose en hermanos simbólicos, subordinados a los ancestros. El linaje del grupo local comprendía familias emparentadas en tres generaciones y no sobrepasaban las 100 personas. Todos se conocían, se comportaban solidariamente y mantenían reglas para solucionar los litigios internos y colindantes. Con el aumento de la población familiar en un territorio, la disputa por los recursos obligó a varios grupos de familias a reunirse en clanes. Estos construyen un parentesco mediante el mito de los antepasados comunes. Con ellos lograron producir orden y paz dentro del clan.

Una de las estrategias más antiguas para lograr la unidad y el orden fue – y sigue siendo hasta hoy en día – la dominación que no acepta divergencias de la doctrina oficial. La fidelidad al soberano se lograba a través de ritos y sacrificios humanos y el poder de los sacerdotes se afirmaba con la construcción de templos y monumentos. La grandeza y riqueza de estos templos o monumentos son importantes porque señalizan la existencia de recursos que podrían servir al bienestar de todos.

Si nos trasladamos a la época de los polinesios, en especial a los que colonizaron Rapa Nui, nos encontramos con el culto de los ancestros que se realizaba en los lugares de reunión llamados Ahu, plataformas pétreas que destacan sobre el paisaje de la gran mayoría de los territorios tribales en donde se efectuaban los ritos sagrados. Los más llamativos son aquellos coronados con estatuas de varias toneladas de peso llamados Moai. Arqueólogos señalan que casi todos los Ahu con Moai tienen más de una etapa de construcción.

Lo que capturó la mayor atención de los primeros visitantes holandeses que visitaron la isla en 1722 fueron los monumentos megalíticos. Los Moais representan precisamente estas personalidades masculinas de una tribu, vale decir, hombres con Mana. Los Ariki (reyes) y los Tohunga (sacerdotes) poseían este poder por nacimiento; otras personas podían adquirirlo en el transcurso de sus vidas, para lo cual debían realizar hazañas extraordinarias y debían demostrarlo constantemente para no perderlo. 

Las tribus acaudaladas mandaban a confeccionar un Moai, un símbolo del ancestro difunto con Mana. Una vez listo, luego de varios meses de trabajo, el Moai recorría su camino, generalmente varios kilómetros, desde Rano Raraku hacia el Ahu de la tribu respectiva. Acompañado de fiestas solemnes era finalmente erigido. A muchos Moais se les colocaba luego un Pukao, una especie de sombrerete rojo. Una vez erigido, se le esculpían las cuencas para los ojos que se fabricaban con coral blanco y pupilas de obsidiana o piedras de otro color. Mediante ello el Mana del difunto revivía. Ahora podía actuar y proteger a su tribu. Esa es también la explicación de por qué todos los Moai miran hacia el interior de la isla, hacia su pueblo, y no hacia el mar infinito, incluyendo aquellos del Ahu Akivi.

Para los rapanui, la muerte forma parte de la vida, tal como la vida forma parte de la muerte. La vida física es sólo una etapa de la existencia humana. En tanto los hombres con Mana eran cremados detrás de un Ahu, toda la población participaba en la desintegración de sus cuerpos físicos colocados sobre una plataforma circular, expuestos al sol, al viento y a la lluvia hasta que finalmente sólo quedaban los huesos. La gente observaba la desintegración día a día; el olor a descomposición les solía recordar lo que estaba aconteciendo. Los esqueletos se colocaban luego en las cavidades rectangulares delante del Ahu y los cráneos se grababan artísticamente. Finalmente, se inhumaban.

Para los rapanui, la muerte forma parte de la vida, tal como la vida forma parte de la muerte. La vida física es sólo una etapa de la existencia humana. En tanto los hombres con Mana eran cremados detrás de un Ahu, toda la población participaba en la desintegración de sus cuerpos físicos colocados sobre una plataforma circular, expuestos al sol, al viento y a la lluvia hasta que finalmente sólo quedaban los huesos. La gente observaba la desintegración día a día; el olor a descomposición les solía recordar lo que estaba aconteciendo. Los esqueletos se colocaban luego en las cavidades rectangulares delante del Ahu y los cráneos se grababan artísticamente. Finalmente, se inhumaban.

Hoy, el Mana ya no puede actuar. Ningún Moai tiene sus ojos originales. Sólo uno se ha encontrado en las arenas de Anakena. Tal vez fueron arrojados mar adentro, tal vez  fueron destruidos o se desvanecieron con el tiempo. Nadie lo sabe realmente. Hoy sólo se puede apreciar una estatua con ojos restaurados en el complejo de Tahai. Con un poco de imaginación podemos visualizar estos colosos de piedra, observándonos día a día, alrededor de toda la isla.

El tamaño de estas esculturas solía ser de 3 a 5 metros, ocasionalmente de 10 a 12 metros. No obstante, en la cantera del Rano Raraku encontramos uno inacabado que mide más de 20 metros. El peso estándar rodea las 5 toneladas y no más de 30 a 40 estatuas pesan sobre 10 toneladas. Corresponden a la época de pleno desarrollo de la cultura rapanui llamada Período Ahu Moai entre 1.500 y 1.600 d.C. 

Los Ahu con Moai son lugares de memoria cultural.  Varios de los Ahu monumentales han renovado su propósito gracias a las restauraciones efectuadas en el siglo XX. Hoy en día son uno de los símbolos de Rapa Nui, reconocidos universalmente, reforzando la identidad local y sirviendo de atractivo para el turismo cultural.