Testimonios y leyendas confirman que hubieron tiempos difíciles. Juan Tepano, informante de Routledge, Metraux y Englert, les contó que los ancianos de su infancia le hablaron del “fracaso de las estatuas derrumbadas”. Asimismo recordó  el relato sobre el derrumbe del Moai Paro en el Ahu Te Pito Kura en la costa sur, que según la tradición, habría sido la última estatua erguida en un altar: “Una mujer Tupahotu fue asesinada y comida por la gente del clan Tu´u. Su hijo mostró su amor filial encerrando en una caverna a más de 30 personas que pertenecían al lugar donde fue cometido el crimen. El Moai fue la víctima de esa pelea: cuerdas fueron puestas en su cuello y guerreros hambrientos de venganza se amarraron tirándose al suelo. La enorme estructura se fue boca abajo.”

Pero no todos los moai parecen haber sido botados de sus pedestales intencional y violentamente durante los conflictos tribales. Durante las excavaciones realizadas en distintas épocas se descubrieron altares más antiguos, enterrados bajo los actuales. Estos fueron reconstruidos hasta ocho veces. Las datas fluctuaban entre el siglo XIII y el XVII. Se pudo comprobar que algunos Ahu tuvieron períodos de uso relativamente breves, no más de dos o tres generaciones. Luego fueron  desmontados por sus propios dueños por métodos complejos y en parte reutilizados. El arqueólogo José Miguel Ramirez presume que ello se debió al requerimiento de adaptación a nuevas y críticas situaciones vividas en la época. Los Ahu se transformaron y en algunos se construyeron cámaras en el interior para recibir los huesos de los muertos, práctica que reemplazó a las cremaciones ancestrales debido a la carencia de combustible producida por la deforestación.

 Ciertamente hubo crisis ecológica, pero ésta no terminó con la destrucción de los Ahu y el derribamiento de los Moai, sino significó el abandono definitivo del megalíticos, es decir, la producción de grandes estatuas. No se encontraron nuevos Ahu-Moai desde el siglo XVIII y las estatuas dejadas en la cantera del Rano Raraku no parecen haber sido destinadas a los Ahu, sino parecen haber sido elaboradas para convertir el volcán en un nuevo lugar de culto, el culto del Hombre Pájaro que duró cerca de 200 años, desde aproximadamente 1680 hasta la llegada de los misioneros en 1864. Los elementos de prueba son los diferentes estilos que caracterizan estas estatuas distribuidos por la isla y aquellas que quedaron en la cantera; la aparición del arte rupestre, esencialmente al servicio de la representación del dios Make Make y del ritual del Tangata Manu u hombre pájaro. La gran pregunta es: ¿Qué sucedió realmente para que la producción de los Moai se detuviera aparentemente de un dia para otro y dejara paso a un cambio de las tradiciones religiosas?

La historia polinésica es un gran rompecabezas al que le faltan muchas piezas por descubrir, no basta ya escudriñar entre los escasos recuerdos de los ancianos de Rapa Nui. Encontramos en la tradición oral de la tribu polinésica Waitaha de Nueva Zelanda una historia que también nos habla del fracaso de las estatuas de Isla de Pascua.  Según ellos, las estatuas de Te Pito o Te Henua, la isla sagrada de sus ancestros, fueron esculpidas para aplacar la ira de Ruaumoko, dios estremecedor de tierras y océanos. Le contamos esta historia a Papiano Ika de 81 años, último habitante del viejo leprosario, quién nos respondió con bastante dificultad: “…no Ruaumoko,….. Uoke.” Ciertamente Uoke es una deidad antigua de la mitología Pascuense, presentada como el dios de la devastación.

 Y una devastación podría haber sucedido, según lo informado por la expedición espeleológica española “Operación Rapa Nui” en 1975. Ellos confirman la posibilidad de que el volcán Rano Aroi pudiera haber entrado en erupción en el siglo IV. Oscar González Ferrán, geólogo de la Universidad de Chile, afirma que solo algunas ruinas corresponden a las guerras tribales y otras ruinas de algunos ahus y moais corresponden a las consecuencias de las olas. Por lo visto, Uoke hizo su tarea y las tribus en guerra sólo le ayudaron.