Felipe Pakarati Tuki, no vidente desde 1968, ha dejado un legado importante para las nuevas generaciones en Rapa Nui. En el libro “Papa Tu’u ‘i Hanga Kao Kao”, dedicado a su abueloTimoteo Pakarati, ha ido narrado los cambios sociales y culturales de su época.
En el año 1947 yo tenía siete años y a esa edad uno ya sabe lo que está pasando. La vida era dura pero hermosa. Dura porque faltaban recursos. No había agua ni luz. Vivíamos en Tekarera (frente al actual museo) en la casa de mi abuelo Timoteo Pakarati y teníamos que buscar agua en un bidón en los manantiales subterráneos. Estos bidones eran escasos y había que compartirlos con el vecindario que vivía a mucha distancia. En la noche no había luz y para comer hacíamos Haka Pura con Mori, es decir, alumbrábamos con grasa de vacuno, oveja o tiburón a la cual le poníamos una mecha fabricada con restos de género. En ese tiempo mi padre comenzó a trabajar con Mateo Hereveri, Andrés Haoa, José Fati y Pedro Laharoa en la agricultura sembrando maíz en parcelas ubicadas en el cerro de las tres cruces. También mantenía los molinos de extracción de agua que él mismo había colocado en diferentes lugares de la isla para abastecer a las 80 mil ovejas y los vacunos de la compañía ovejera Williamson Balfour. Los molinos no servían siempre, el viento era escaso.
En esos tiempos se comenzaron a desafectar terrenos de Vaitea para entregar a los isleños con el objeto de reforestar y cultivar la tierra. La siembra de maíz era la principal base económica porque se usaba para engordar chanchos y obtener el máximo de manteca que la compañía luego exportaba.
Los choclos eran grandes, llegaban a medir 30 cm de largo. Las corontas de choclo sobrantes se usaban como leña, también como escobilla para las manos y la ropa. En las brasas se quemaba el azúcar para hacer “café quema” o “café Tutu”. Al vaciar el azúcar quemada al agua caliente, éste tomaba el tono café. En tiempos de cosecha los parceleros compartían los sacos y la carreta para el transporte. Contar con un arado tampoco era tarea fácil. La escasa existencia de materiales para construir cercos hizo que los postes estuvieran a distancias demasiado largas y con pocas alambradas. Los toros entraban con facilidad y conducían al ganado dentro del terreno sembrado. Dia y noche los parceleros vigilaban los cercos desde la siembra hasta la cosecha.
Los niños nos entreteníamos con todo en la naturaleza que sentíamos como nuestra. Eramos libres. Nos bañábamos en la playa. Andábamos desnudos bajo la lluvia. Después de la lluvia aparecían las callampas Hatatiri y las flores. Comíamos higos y brevas que eran muy ricas. Todos teníamos terneros, chanchos, pollos y caballos. Horas y horas mirábamos a los animalitos recién nacidos. También debíamos ayudar con los trabajos familiares. Después de 4° Básico fuimos un grupo de niños a un seminario en el continente. Yo fui al seminario San José de Mariquina hasta tercer humanidades. Recuerdo que no tenía vestimenta adecuada y me daba mucha vergüenza. Los recursos familiares eran escasos y eramos muchos hermanos. Me gustaba aprender junto a los curas, el manejo con los tractores, hacer chicha, harina tostada, arreglar zapatos y trabajar en el torno. Si extrañaba mucho a los de mi raza. Cuando volví a la isla tuve un problema. A todos le hacían exámenes una vez al año por temor a la lepra. En esos tiempos muchos teníamos manchas en el cuerpo llamadas Kino Ariki , una especie de hongo muy contagioso que aparecía en linajes de reyes. Debido a ello no pude volver a Santiago a terminar mis estudios, pero los curas me habían preparado bien.
En 1953 la compañía Williamson Balfour deja Rapa Nui y la Armada de Chile se hizo cargo de la administración y trayeron a sus familias . Su fuerte no era la economía ni la administración de Vaitea. Se terminó la grasería y sólo mantuvieron los vacunos y los chanchos para alimentar la población. En su barco empezaron a traer materiales de construcción, combustible, abarrotes, medicamentos y géneros para satisfacer algunas necesidades de la isla. Los isleños se organizaron para la repartición equitativa de los materiales ya que no alcanzaba para todos. Así se crearon los Representantes Populares, cuya misión era representar a la población ante los delegados y oficiales de la Marina. Eran cuatro y se elegían por votación todos los años. Yo fui uno de ellos desde 1957 hasta 1965. En esa época también existió un método de trabajo comunitario llamado Anga Umanga. Arar, limpiar piñares y platanares, cosechar, levantar murallas y techar casas, colaborar en la escuela y en el leprosario, eran trabajos que se hacían con la ayuda de toda la comunidad sin pago alguno. En aquellos tiempos la gente era más unida y nos apoyábamos todos. Recuerdo que también se plantaba tabaco en los Manavai (jardíneras de piedra). Los secaban y envolvían en hojas secas de choclo o de plátano. También solíamos salir de pesca. No había redes, ni anzuelos, ni material para construir botes. En ese tiempo se usaba la caña de bambú para pescar y la construcción de botes era toda una hazaña. En ocasiones el mástil era prestado de un pescador a otro. Salíamos a pescar en un bote a remo con vela. Con viento a favor llegábamos hasta los Motu (islotes frente al Rano Kau) o a Anakena para hacer Tuku Tuku (bucear). Era un trabajo sacrificado, pero éramos felices.
Un dia me pasó esa cuestión. Después de trabajar en mis botes con la ayuda de mi padre y mi tío Petero Paté Avaka, éste último nos invitó con mi mujer a comer. El tenía una botella de licor o aguardiente que se mezclaba con limón. Todos tomamos. En la noche me acosté y al amanecer me quise levantar para ir a mi trabajo en la Municipalidad pero ví todo oscuro. Escuchaba a los pájaros, a los pollos , a la gente hablando…pero no veía nada, le conté a la María y ella se puso a llorar. En esa época estaban los militares americanos y me vio un doctor. Al quedarse callado yo supe de inmediato que me quedaría ciego. Los doctores en el continente también lo confirmaron. La pregunta era… fusilarme o seguir. Gracias a la ayuda de mi amigo Ruperto Vargas y una psicóloga, también ciega, aprendí Braille en el Instituto de Rehabilitación del Santiago College. Hoy salgo a pescar con todos los pescadores. Muchos creían que yo era un cacho, pero fue todo lo contrario, trabajo más y mejor en la noche mientras los otros se quedan dormidos. Me entretiene mucho. Lo importante es el esfuerzo propio, es aceptar la realidad y seguir adelante. Culturalmente me mantengo al día con los libros que me envía la Fundación Braille cada tres meses. Aprendí ser un no vidente.