Alberto Hotus, 82 años, es Presidente del Consejo de Ancianos de Rapa Nui. Éste se creó en 1980 con el objeto de recuperar la investidura de jefes rapanui y rechazar la entrega de títulos individuales de dominio de tierras, situación que se oponía a la costumbre ancestral de una tierra comunitaria. “El Estado no estaba respetando nuestra cultura como era su deber según el Acuerdo de Voluntades firmado con Chile en 1888. Nuestra tierra es Kainga (sexo de la madre) y Henua (la placenta que nutre), la tierra no se vende, pertenece a toda la comunidad. ”

“Mi papá -Matías 2° Hotus Ika- era una persona que le gustaba aprender la historia de la isla. Me solía encerrar en el corral para conocer cómo hablaban los animales. Falleció cuando yo tenía 4 años y mi abuelo paterno echó a mi madre de la casa con tres de sus hijos, sólo mi hermano Germán se quedó con él por ser el mayor. Llegamos a la casa de Heremeta Make y Vicente Pont, un francés que ya residía en Pascua desde 1886 y que habían criado a mi madre. En eso ví que mi mamá tenia como marido a Agustín Teao Riroroko, quién no le trabajaba a nadie. Muy pocas veces tallaba, pero al fin nadie aguantaba a mi padrastro y pasábamos de casa en casa como allegados. A veces yo dormía al lado de una pirca o en una cueva; pasábamos frío y hambre. Siempre observaba a los demás niños que tenían casa y papá. Finalmente terminamos donde Victoria Rapahango, quién era muy buena y caritativa. Ella y mi tía Ana Chavez Manuheuroroa me querían mucho. Soy católico y siempre rezo por ellas. 

En esa época había leprosos en la isla que compartían con sus familias, iban juntos a la misa los días domingo. Sólo los enfermos crónicos iban al lazareto. En realidad todos éramos técnicamente leprosos y eso me dejó marcado. A los 15 años (1943) me ofrecí para trabajar de ayudante en el hospital y en la casa del practicante Marcos Figueroa Retamales. Quería ser enfermero y aprender el castellano. En 1948, cuando llegó el buque Allipén, Pedro Teao, yo, Luis Paoa Paté, Ventura Chavez Hito, Florentino Hey Riroroko y Valentín Riroroko subimos al buque para escaparnos a Valparaíso. Unos estibadores, riendo, nos recomendaron escondernos en una bodega. Me di cuenta que era una trampa y nos fuimos a la bodega N° 2. Ahí encontramos que la tabla de la sentina estaba abierta y nos metimos. Tenía un metro y medio de profundidad. El buque llevaba fardos de cuero de vacuno, abrimos dos y nos hicimos una cama en la sentina para bajar el nivel de agua. Teníamos el agua hasta la nariz y el tablón sobre la cabeza. En la noche salíamos a respirar. Mi amigo Luis Figueroa Retamales también viajaba y nos llevaba pan y otras cosas. Después de buscarnos por todas partes , sentimos los motores del barco y cómo llevaba animales no podía regresar. Al poco tiempo salimos a cubierta y nos acostamos sobre los fardos de lana. Ahí encontramos a Miguel Paoa quién también se había colado y como tenía once años, todos creían que era hijo de un pasajero. El piloto se agarraba de la cabeza. No podía creer que estuvimos en la sentina.

Alberto Hotus Chavez

En el buque iban Federico Felbermayer y el Intendente Humberto Molina Luco, tesorero y presidente respectivamente de la Sociedad de Amigos de Rapa Nui en Valparaíso. Ellos nos pagaron los pasajes. A nuestra llegada nos detuvieron en una comisaría para verificar si portábamos la lepra. A Valparaíso había llegado la noticia que había siete “pavos” pascuenses y nos esperaban varios periodistas preguntándonos el porqué. Yo era el único del grupo que hablaba castellano y les respondí que había leído que en Chile no hay esclavos, pero que los pascuenses- siendo chilenos desde 1888 – sí eramos esclavos. Federico Felbermeyer era gerente general de la Cia de Tabacos y me ofreció estudiar ingeniería para trabajar en su empresa, pero yo quería ser enfermero. Él me apadrinó para que me aceptasen en la Escuela de Enfermería del Hospital Naval. Durante dos años me ofrecía para todo tipo de trabajo en los días en que todos salían de franco, simplemente porque no tenía a dónde ir. Me sirvió para aprender.

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En 1952 me embarqué en el Pinto y volví a la isla como enfermero naval . Fui nombrado Jefe y encargado del Lazareto. Ahí conocí a varios Korohua como Arturo Teao (+1947) y Gabriel Hereveri (+1965), quienes contaban las historias de la isla al Padre Sebastián Englert, tal como se las relató el anciano Pu´ Ara Hoa antes de morir en 1915. Muchos de los ancianos que estuvieron en el leprosario habían visitado la casa de la señora Vero Tangata, la madre del niño Tepano que llegó enfermo desde Tahiti en el Angamos en 1888 y se contagiaron. Primero trabajé con la Dra von Humber. Ella trajo el Avlosulfon que era muy tóxico y la gente se ponía amarilla, entonces lo reemplazó por el Conteben en tabletas que era mejor. Después vino la Dra Hilka von Belling, una lepróloga, que trajo los últimos tratamientos y nos enseñó hacer los exámenes para detectar si había bacilo de Hansen. Algunos no tenían bacilo, solo manchas, por eso había que investigar tenían sensibilidad o no. El “pinche” y “toc” lo aplicó el Dr Meneses, el que no tenía sensibilidad en la piel con la mancha estaba con lepra. Los médicos decidían a quién se debía aislar. Cómo el período de incubación era muy largo, hasta 20 a 25 años, ello nos obligaba hacer exámenes periódicos a toda la población. En poco más de dos años tratamos a todos los leprosos y detuvimos la enfermedad. Tenemos que agradecer a la Armada y al Estado de Chile, sin ellos, hoy seríamos todos leprosos.

Kiko Morris

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