Alrededor de trescientas estatuas megalíticas se encontraban erguidas sobre plataformas ceremoniales en Rapa Nui, la gran mayoría a lo largo de los casi 60 km de borde costero de la isla. Todas éstas, esculpidas hasta el siglo XVII, no miraban al mar, miraban vigilantes, hacia una aldea, hacia algún poblado, haciendo trascender el Mana (poder sobrenatural) de antepasados respetados y aclamados por la comunidad tribal. Estas trescientas estatuas que estaban sobre sus altares en las aldeas, se diferenciaban de los demás Moai en varios aspectos, como las profundas y ovaladas cuencas oculares. El etnógrafo y filólogo alemán, Thomas Barthel, consideraba que la apertura de las cuencas oculares daba a las estatuas el aspecto cadavérico necesario para la representación de personas fallecidas, pero la tradición oral siempre puso énfasis en la existencia de ojos de los Moai. Sin embargo, hasta fines de la década de 1970, lo que los arqueólogos del mundo entendían por “ojos” eran dichas cuencas oculares… y nada más.
Así lo confirman los relatos de los primeros navegantes holandeses que contactaron la isla en 1722. Lo que capturó la mayor atención de los visitantes fueron los monumentos megalíticos. Los Moai comenzaron a ser descritos por todas las expediciones que visitaron la isla en el siglo XVIII. Holandeses en 1722, españoles en 1770, británicos y alemanes en 1774, franceses en 1786… los ojos de los Moai eran esas cuencas oculares cadavéricas que resaltaban en aspecto mortuorio y ceremonial de las figuras megalíticas. Poco después, la gradual caída de los Moai durante conflictos intertribales o razones políticas, dejó en estado de ruina los monumentos a la llegada de nuevas expediciones científicas destinadas a estudiarlos. Las visitas de Gana, Geiseler y Thomson, por ejemplo, no detectaron nada inusual en las plataformas ceremoniales respecto de las descripciones clásicas. Los rostros de los Moai caídos sólo tenían cuencas oculares vacías.
Mucho después, el arqueólogo belga Henri Lavachery consideró inusual la presencia de fragmentos de coral bajo ciertas estatuas, pero nada hacía suponer que tuvieran algo que ver con los ojos. El coral se usaba frecuentemente para limar la superficie de las piedras talladas y de las estatuas. Fue Heyerdahl el primero en especular sobre posibles ojos dentro de las cuencas oculares expuestas, basándose en la presencia de ojos de hueso y obsidiana en las cuencas oculares de las esculturas de madera en Rapa Nui.
¿De dónde surgieron entonces los ojos de coral que se ven hoy en varias réplicas de estatuas y en el Moai del Ahu Ko Te Riku en Tahai? En 1978, durante la restauración del Ahu Nau-Nau, en Anakena, Sonia Haoa y otros miembros del equipo de excavación encuentran un objeto ovalado de coral blanco con una abertura en el centro para encajar una pieza circular pulida de escoria roja: el Iris. Sergio Rapu Haoa (arqueólogo que dirigió la restauración y director del Museo Antropológico en la época) al notar que dicha pieza encajaba perfectamente en la cuenca ocular de uno de los Moai del Ahu, lo identifica como ojo. Esto confirmaba lo dicho por ancianos de la isla como José Fati y Leonardo Pakarati, famosos preservadores de la tradición oral quienes aseveraban haber visto objetos así anteriormente y que efectivamente se trataba de ojos de Moai.
Seis ojos más fueron encontrados durante la misma excavación y restauración de Ahu Nau-Nau. En los años siguientes, las estatuas de este Ahu fueron decoradas con réplicas de ojos de coral para ocasiones especiales. A inicios de los años 80, la estatua del Ahu Ko Te Riku en Tahai recibió réplicas permanentes de ojos de coral, talladas por Juan Haoa Veriveri. La decisión fue tomada por el Consejo de Ancianos de la época con la intención de mostrar a la gente la apariencia de un Moai completo con sus ojos. Además, aquel Moai ya tenía un Pukao (“moño” de escoria roja) no original puesto sobre la estatua en la década del 60.
En los años 80, la expedición liderada por Thor Heyerdahl encontró restos de seis ojos más en Anakena, casi todos en la parte posterior del Ahu Nau Nau tras el muro de contención. Otros restos de ojos de Moai habían sido llevados por la Expedición Arqueológica Noruega ya en los años 50, sin embargo nadie sospechaba su función original. Fueron reclasificados por Helena Martinsson-Wallin entre 1989 y 1990. En años siguientes, más ojos e iris de Moai fueron encontrados en otros sitios como en la región de Vinapu y de Tongariki. De ahí que la comunidad y el mundo científico llegaron a la conclusión de que todos los Moai tuvieron ojos de coral en algún momento. ¿Por qué los visitantes europeos no los vieron? Porque los ojos eran removibles y porque eran, con certeza, rasgos netamente ceremoniales que se usaban en ocasiones especiales. Para la fecha de su llegada, el culto a los ancestros parecía en retirada o ya estaba completamente acabado. Sin embargo existen pruebas fehacientes de que no todos los Moai tuvieron ojos. Estatuas, aparentemente del período temprano, carecen de cuencas oculares suficientemente marcadas como para haber contenido ojos de coral. Además, varias estatuas transportadas y erigidas sobre plataformas en distintos períodos no recibieron el tallado de sus cuencas oculares: Son los cuatro Moai del Ahu Oroi, dos de Ahu Hanga Tetenga, uno de Ahu Hanua-Nua-Mea, entre otros.
En el 2012 los ojos de coral fueron utilizados en forma ceremonial por un grupo de isleños para recibir a la tripulación de dos embarcaciones tradicionales polinésicas recién llegadas de un largo viaje no instrumental desde Nueva Zelanda. Los ojos fueron puestos sobre uno de los Moai del Ahu Nau-Nau para que los ancestros fueran partícipes de tan magno evento.