Antiguamente los isleños no buscaban mayores comodidades en sus Hare Paenga (casas bote), en los Hare Mauku (habitaciones de piedra techada con pasto) o en la caverna que eligieron para vivir; para ellos estos espacios eran solamente lugares donde protegerse de la lluvia, abrigarse y dormir en la noche clausurándolos con una portezuela de totora que llamaban Papare. El interior era oscuro y se vivía en estrecha promiscuidad. No había ninguna clase de muebles, como asientos y mesas. Lo principal era la cama. Según las crónicas de Sebastián Englert y los visitantes europeos, todo el menaje consistía en esteras de totora llamados Moenga que servían de alfombras colocadas sobre una mullida capa de pasto o Heriki. Unas piedras lisas, ovaladas o redondeadas, servían de apoya nucas. Antiguamente eran llamadas Turua, término tahitiano, pero hoy en día los rapanui les dicen Ngaru’a. También tenían unas mantas hechas de mahute (paper mulberry) para las noches más heladas. 

También el menaje era muy elemental, solo guardaban algunos objetos domésticos como calabazas (Ipu) para el agua, canastos de totora llamados Kete para el alimento, variados implementos de pesca e imágenes de madera colgando del techo. Según narra Routledge quién visitó la isla en 1915, muchos de los ancianos sobrevivientes han nacido y han sido criados en estas casas o en las cuevas.También el menaje era muy elemental, solo guardaban algunos objetos domésticos como calabazas (Ipu) para el agua, canastos de totora llamados Kete para el alimento, variados implementos de pesca e imágenes de madera colgando del techo. Según narra Routledge quién visitó la isla en 1915, muchos de los ancianos sobrevivientes han nacido y han sido criados en estas casas o en las cuevas.

Las Ngaru’a solían ser guijarros de lecho marino de material basáltico y eran algo oscuros, lisos y muy duros. Las dimensiones van desde un largo máximo de 13,5 cm, un ancho hasta 18 cm máximo  y un espesor entre 3,7 a 10 cm. Su peso oscilaba  entre 0,8 y 5,3 kilos.  Se caracterizan por presentar en ambas caras y bordes unos  grabados que representan motivos del hombre-pájaro, del Ao o bastón del poder, de signos Rongo-rongo y signos de la fertilidad (Komari) u otros petroglifos zoomorfos. A falta de una explicación etnográfica, los grabados son la expresión material de un rico mundo simbólico y de la importancia de los sueños en la Polinesia. Los Ngaru’a eran artefactos asociados a los más altos rangos sociales.

Este tipo de piedras se usaban habitualmente para las terrazas de los Ahu que se llamaban Poro y se clasificaban en Poro Nui (grandes) y Poro Iti (chicos), pero los Ngaru’a eran de tamaño mediano. Según el arqueólogo Mulloy, se han encontrado en diversos sitios de la isla, en especial en las casas de Orongo , dentro de los Hare paenga o casas bote y en los centros ceremoniales de importancia como Vinapu. Este tipo de almohadas de piedra o apoyanucas eran usadas en otras partes de la Polinesia. Se han encontrado algunas en Tonga, Fidji, Hawaii, Tahiti, las Islas Marquesas y de la Sociedad, todas hechas en piedra como en madera y a veces incluso de gruesos trozos de bambú. Datarían de fines del siglo 18 e inicios del 19.

Los  apoyanucas tuvieron su origen en Egipto hace más de 3.000 años; de ahí se propagaron hacia el Este llegando a ser populares en India, luego en China y más tarde en Japón. Los más antiguos se han encontrado en  excavaciones arqueológicas de tumbas que datan de la dinastía china HAN. Los primeros materiales usados fueron la madera y la piedra; más tarde los artesanos chinos crearon maravillas en madera bambú, cerámica, junco de la India, jade, vidrio, seda y porcelana. Los hicieron en formas de tigre, de pantera y de oso pues se creía que estos animales eran eficaces para protegerse de los malos espíritus. Otros eran decorados con  símbolos  florales donde la peonia representaba la salud y el loto la nobleza.Los  apoyanucas tuvieron su origen en Egipto hace más de 3.000 años; de ahí se propagaron hacia el Este llegando a ser populares en India, luego en China y más tarde en Japón. Los más antiguos se han encontrado en  excavaciones arqueológicas de tumbas que datan de la dinastía china HAN. Los primeros materiales usados fueron la madera y la piedra; más tarde los artesanos chinos crearon maravillas en madera bambú, cerámica, junco de la India, jade, vidrio, seda y porcelana. Los hicieron en formas de tigre, de pantera y de oso pues se creía que estos animales eran eficaces para protegerse de los malos espíritus. Otros eran decorados con  símbolos  florales donde la peonia representaba la salud y el loto la nobleza.

Según Jaime Errázurriz Z. en su libro “Cuenca del Pacífico, 4.000 Años de Contactos Culturales”, esta milenaria tradición emerge en América, específicamente en Ecuador y lo hace únicamente en las culturas de la zona central de la costa: Guangala, Bahía y Jama-Coaque. Menciona como ejemplo el apoyanuca Jama-Coaque, parecido en diseño a la época china Song (960 -1279), teniendo ambos una mujer recostada sosteniendo una pequeña placa. Para Emilio Estrada, a quién se le considera como el descubridor de la cultura Valdivia, la única explicación razonable para la presencia de apoyanucas en Ecuador es que los asiáticos cruzaron el Océano Pacífico. Si así fuera, probablemente se podrían haber encontrado con más de algunas islas de la Polinesia.

Kiko Morris

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