Esperanza Pakarati (1922 – 2005),  biznieta de la última sacerdotisa Te Oho A Neru a quién alcanzó a conocer y  nieta de importantes personajes de la tradición rapanui, el catequista Nicolás Pakarati y Juan Tepano Huke.  Se casó a temprana edad  con Esteban Atán Pakomio, quién desapareció en el mar dejando a ocho descendientes. En 1960 en un viaje al continente conoció a su segundo esposo Benito Alarcón con quién tuvo dos hijos, Clara y Ricardo. Benito, a quién llamaban con el sobrenombre Pipi Tau Taoraha recuerda a su mujer con mucho respeto y admiración.

 “Apenas llegamos a la isla con mi mujer, nos visitó Victoria Atán llamada Ruau Tekarera a caballo con un pollo blanco para invitarnos a la caleta de La Perousse. Como en ese tiempo los isleños no podían circular libremente por su isla, ella había conseguido un permiso especial de la Armada. Llegando a la caleta, Esperanza se quedó en la playa y Victoria me llevó al Ahu Hekii donde inició una extraña ceremonia que duró casi una hora. Hablaba, discutía, susurraba y cantaba en su lengua, colocando sus manos sobre mi cabeza. Finalmente se detuvo y dijo… “Poki Hiva, hijo del continente, los Varua te han aceptado y en una semana la semana hablé el podrás hablar nuestra lengua.”   No me pregunten cómo, pero así fue.

Esperanza siempre fue una mujer alegre y muy querida por todos. Hasta los 6 años la crió  Victoria Atán Pakomio. Luego vivió con sus padres Amelia Tepano y Santiago Pakarati. Solía acompañar a su padre y a sus tíos a arar en el campo. En esa época andaba desnuda como muchas  niñas de su edad y recién a los 15 años conoció su primera prenda de vestir, un chaleco de marino y sus primeros zapatos de paletas de cordero amarrados con Kakaka (fibra del plátano). Jamás se quejaba, todo lo contrario, era sencilla y educada. Fue seleccionada junto a otras dos jóvenes -Anisina Rapahango y Ana Maria Paoa Rangitopa- para trabajar con los  administradores ingleses de la  Compañía Williamson Balfour, ayudando a sus mujeres. Ella tenía sus valores y se hacía respetar sin gritos, más bién demostraba su sentir con los hechos.

 Así sucedió una vez  cuando ella sintió que una de sus hermanas quién había vivido mucho tiempo en Francia le había faltado el respeto. Esperanza, la Atariki (primogénita) de la familia, le cedió un terreno  y ella se tomó más allá de lo conversado y construyó una casa. Esperanza respondió acorde a antiguas usanzas sin decirle a nadie. Llegó y le echó fuego al problema.

No había agua potable en la isla, sólo estanques con agua de lluvia. Esperanza sacaba agua con un tarro o lo que fuere y mantenía el tarro con grasa de oveja para que no se oxidara. No había otra cosa.

 La ropa se lavaba hirviéndola con ceniza. Quedaban impecable. Cuando estábamos sedientos y no teníamos agua, ella usaba una planta tipo trébol llamada Poporo. Se masticaba y su acidéz calmaba la sed. Su padre  tenía en Maunga O Pipi un lugar autorizado por la Compañía para plantar Taro, Uhi, Manioca y otras verduras. También criaba chancho y pollos. Comida no nos faltó nunca.

En esos tiempos era difícil encontrar anzuelos para la pesca. Más fácil era sacar langostas que se encontraban en el agua a muy poca profundidad. Bastaba agacharse y sacar las que necesitabas, diez o doce a la vez.  Para pescar  anguilas, Esperanza me enseñó usar el dedo índice envuelto con un trapo. Primero debía batir un pescado sangriento en el agua y luego decir “Hui- Hu- Hui…” como un sonido agonizante y las anguilas se acercaban en cantidades, seguramente pensando  que un animal se estaba muriendo, y yo debía meter mi dedo en el agua y al morderme la anguila debía tirarla hacia fuera con rapidez y golpearla. Con los pulpos hacía lo mismo. Los tomaba con la mano, les sacaba el diente con los míos propios y luego había que  juntar y golpear sus tentáculos para guardarlos en un bolso de arpillera. Un gran aprendizaje de sobrevivencia.

Te Oho A Neru, bisabuela de Esperanza fue la última sacerdotisa recluída en su juventud en la caverna de las sacerdotizas (Ana Hua Neru). Ella  le transmitió algo de la tradición ancestral de las Neru. Unos sacerdotes  solían observar las estrellas y darse cuenta cuando habían nacimientos especiales.  Estos niños y niñas eran escogidos por ellos, separadas de sus padres, alimentados y enseñados  con la tradición sagrada. Realizaban cultos mensuales como el Papa Uihe Tu´u en el Poike. Se pintaban los órganos sexuales  con Kiea y bailaban en luna llena imitando el sonido de ballena, expandiendo la “energía femenina” hacia la isla.  Después del raid esclavista  las Neru (sacerdotisas) quedaron abandonadas a su suerte, ya no había nadie que les llevara alimentos a la caverna donde vivían. Ella se salvó colocándose una piedra en la boca, un Maea Poro, que hacía circular el jugo gástrico manteniéndola viva.

Esperanza acostumbraba mantener el contacto con los Varua, los tres espíritus de su familia, Hiva Kara´A Rere, Pae Pae Atari Vera y Mata Vara Vara. Solía hacer fogatas para invocarlos una vez a la semana y entregarles alimento. Ella tenía una voz muy especial, llamaba la atención su calidad sonora. Aún la puedo oir.“