Capitán de Navío Arnt Ernesto Arentsen Pettersen Gobernador de Isla de Pascua en tres oportunidades (1960-1961, 1965-1966 y 1975-1978)
En el mes de febrero del año 1960, a bordo del transporte de la Armada de Chile AKA “Pinto” llegué con mi familia para hacerme cargo del puesto de Gobernador de la Isla de Pascua. En mis recorridos para conocer la isla llegué a la playa de Anakena y debo destacar que la playa era como un desierto de arena con una casa para ovejero en el costado sur-este rodeado de verde y algunos arbustos simulando un oasis.
Al costado norte se encontraba el Ahu Ature Huke restaurado en 1955 por Thor Heyerdahl y su equipo de arqueólogos, con la técnica ancestral pascuense bajo la dirección del alcalde Petero Atán, un verdadero jerarca, quién con Lázaro Hotus y otros isleños, arrastraron el solitario Moai hacia el Ahu, lo levantaron mediante un sistema de palancas de eucaliptos y una pirca de piedras hasta quedar erigido con una placa de bronce. Me quedé observando y admirando el Ahu restaurado y pensando en un futuro turístico de la isla, me imaginé una playa al estilo tropical con un bello parque de palmeras.
Tres meses después (10/05/1960) apareció frente a Hanga Roa, proveniente de Valparaíso, el Buque Escuela “Esmeralda” al mando del Capitán de Fragata Patricio Carvajal Prado. Debido a las condiciones muy agitadas del mar, le propuse al Comandante del buque trasladarse a Hanga La Perouse donde fondeó a media mañana. Conversando con el capitán, le comenté que en este sector de la isla existía la única palmera cocotera, ubicada en el llamado Ahu de la Palmerita, agregándole que era increíble que en una isla semi tropical no hubieran palmeras en el poblado de Hanga Roa y tampoco en las playas, en especial en Anakena. Terminé pidiéndole que – aprovechando el viaje de la Esmeralda a Tahití – pudiera traerme semillas de cocotero para plantarlas en Anakena a fin de convertir el área en un atractivo parque polinésico, vital para un futuro turismo internacional, independiente a la riqueza arqueológica existente.
A fines de junio regresó la Esmeralda a Isla de Pascua, debiendo fondearse en Hanga Vinapu al Sureste de la Isla debido a una gran marejada del Noreste que impedía utilizar el fondeadero de Hanga Roa o Hanga Piko. El Comandante Carvajal me envió una embarcación a Vinapu que tiene un muy buen atracadero para embarcaciones menores, y me embarque acompañado del doctor Carlos Rojas, el Comandante Ernesto Galaz, el Padre Luna, el Alcalde Jorge Tepano Ika, y el veterinario Luis Perez, en verdad lo más representativo de la Isla.
Nos recibió el Comandante Carvajal con gran afecto, comunicándonos que había cumplido con la Isla de Pascua. Había embarcado en Tahití 2.000 cocos semillas con todos los certificados de sanidad para ser sembrados en la Isla. Además a popa venían más de cuarenta arbolitos de café, árboles del pan, pomelos y otras especies para enriquecer la variedad de la vegetación de nuestra legendaria Rapa Nui.
Procedimos a desembarcar los cocos y los arbolitos con la esperanza que pudieran reproducirse en la Isla. El lugar de plantación de los primeros arbolitos fue el parque de nuestra casa en Mataveri y una corrida de cocos desde la casa hasta el paso australiano. Para resolver el destino de los restantes me reuní con los más destacados representantes de la población rapanui: el Alcalde Jorge Tepano Ika, Leonardo Pakarati Languitopa, Ricardo Tuki, Sebastián Pakarati, Urbano Hey, Ricardo Tuki Hereveri, los capataces de Mataveri y Vaitea José Fati Aobiri, Juan Chavez Haoa y otros. La reunión fue larga. En un comienzo los isleños querían que se repartieran por partes iguales a las 200 familias inscritas en el Registro de Familias para sembrarlas en sus predios particulares. Les propuse regalar a cada grupo familiar el 50% de los cocos con el compromiso de sembrarlos en los terrenos de sus parcelas y el otro 50% debía ser derivado a la creación de un parque polinésico en la playa de Anakena. Les recordé que este museo al aire libre ya era conocido en numerosos países por el libro de Thor Heyerdahl titulado «Aku Aku» y traducido a varios idiomas, y que algún día Rapa Nui sería un atractivo turístico mundial por su riqueza arqueológica. Solicitamos la opinión del arqueólogo Gonzalo Figueroa G-H de la U.de Chile y del antropólogo William Mulloy de la U.de Fullbright-EEUU, destacados científicos que participaron como integrantes de la expedición de Thor Heyerdahl, a fin de que señalaran el sector de la playa de Anakena en que podrían sembrarse las semillas de cocoteros sin dañar el valioso patrimonio arqueológico.
Se presentó ahora el problema del procedimiento para sembrar las semillas de coco. Felizmente el isleño Leonardo Pakarati Languitopa, hijo del Catequista Ure Potahe, quién vivió varios años en Tahiti, conocía el procedimiento que se empleaba para este fin. Consistía en cavar un hoyo cuadrado de treinta por treinta centímetros con una profundidad de cuarenta y cinco centímetros, al cual se debía echarle tierra vegetal, guano y arena por capas hasta veinticinco centímetros de alto. Luego se debía acostar el coco y presionarlo en la arena hasta la mitad, dejando la otra mitad al aire. Ésta desarrollaría un brote de palmera hacia arriba y dos brotes hacia abajo que, por las capas ya citadas, se alimentaría y proyectaría bajo las arenas buscando la humedad del mar.
La familia de Macario Teao Ika junto con su esposa María Auxiliadora Hereveri Pakomio y sus hijos menores Macario Segundo Tadeo, María Goretti, Jorge Simón, Germán, Claudio y Loren Pilar, fueron los encargados de llevar a cabo el procedimiento completo de plantar las 650 semillas de cocoteros.
Decidimos cercar el área con estacas de guaiteca y alambre de púa para impedir que los ovinos se comieran los brotes tiernos y no los pisaran vacunos y caballos que abundaban en la Isla de Pascua. Tomadas estas disposiciones, se sembraron 650 cocos con gran entusiasmo por los obreros del fundo fiscal Vaitea y de la población, los que juramentaron cuidar este bosquete y aseguraron que por motivo alguna aceptarían que hubieran toke toke (robos), pues Anakena sería una hermosa playa como cualquier otra en la Polinesia.
Quién hubiese imaginado que ocho años después Mataveri se convertiría en un aereopuerto con una pista pavimentada de dos kilómetros de longitud por 30 metros de ancho y con parqueos pavimentados para los aviones. Que grande fue Dios por haberme inspirado para esta gran iniciativa que hoy disfrutan los habitantes de Rapa Nui y todos los turistas que los visitan.”