Testimonio de Vida
Francisco Haoa nació el 28 de mayo de 1960 en Rapa Nui. Es hijo de Timoteo Haoa y Liria Pakomio. “Timoteo es hijo de Antonio Haoa Koropa y Parapina Araki Bornier. Mi madre Liria es hija de Nicolás Pakomio Angata y María Aifiti Tekena Hey”. Francisco creció en una familia numerosa, compuesta por ocho hermanos de los cuales 3 aún viven. En su hogar su padre Timoteo no solo fue una figura paternal, sino también un ejemplo de trabajo duro. “Mi papá construyó él mismo su casa y un estanque para el agua, era importante en esos años pues solo se lograba a mucho esfuerzo. Con el tiempo he querido mantener la estructura de la casa de mis padres, manteniendo un muro para que quede la fachada en la historia”. De pequeño, Francisco también experimentó el amor y el cuidado de sus padres, especialmente como el menor de los hijos, lo que lo llevó a ser el “regalón” de la familia. Aunque confiesa que sus hermanos mayores pasaron por mayor dificultades que él no tuvo que enfrentar, su niñez estuvo marcada con alegría, “la infancia que tenía no era tan terrible en esa época, porque mis padres me cuidaban bien”, recuerda Francisco con gratitud.
Francisco cuenta que muchas veces soñó que aparecía en el continente y eso le intrigaba. Siendo todavía muy joven, con 19 años, Francisco ingresó a las filas militares por medio de la invitación de su tío Leviante Araki que era capitán del Ejército de Chile, “me dijo: hijo lo de los militares es bueno”. Su madre ya estaba fallecida por lo que había que buscar oportunidades para la familia, la isla en esos años sólo tenía educación hasta octavo básico y quería vivir nuevas experiencias. Se comunicó con amigos isleños que se encontraban en el continente “eso me entusiasmó, ir a conocer y visitarlos”. Así comenzó su entrenamiento inicial en Valparaíso, “era muy lindo ver las luces y los barcos, fue un cambio brusco pero para mejor”.
Durante su tiempo en el Ejército, formó parte de diversas divisiones, incluyendo telecomunicaciones y guardias especiales en la Quinta región, Santiago y otras localidades de Chile por los años 80´s, “éramos alrededor de 30 jóvenes en mi grupo, yo el único rapanui, estuve 2 años pero me trasladaron por diferentes lugares”. Fue en el Ejército donde Francisco desarrolló su destreza en el juego del dominó, que aprendió como una forma de hacer más llevaderas las largas horas de guardia “al principio era muy duro, pero con el tiempo uno va teniendo derechos”. “Jugaba al dominó con los compañeros para no aburrirme, y el que ganaba no hacía la guardia. Yo siempre ganaba, me acostumbré y hasta hoy me gusta jugar”, comenta riéndose. Luego de 2 años Francisco decidió salirse del Ejército y regresar a Rapa Nui. Con 25 años y ya casado volvió a vivir unos años en Santiago en el barrio República. Conoció a su esposa por medio de amigos que organizaban paseos por la isla y en el año 90 se casaron. “Mientras vivía con ella en Santiago, me inscribí para realizar estudios medios en un colegio en la noche”, tenía muchos amigos continentales, saqué mucha personalidad y compartimos muy bien. Al regresar a la isla trabajó en una parcela como agricultor, plantando frutas y verduras.
En el continente
En el continente
Uno de los legados más notables de Francisco ha sido su contribución a la preservación arqueológica de Rapa Nui. Después de regresar del continente, Francisco se involucró en diversos proyectos de restauración de los moai y sitios arqueológicos que forman parte de la identidad e historia de la isla. Junto a figuras como el arqueólogo Sergio Rapu y Rafael Rapu, Francisco participó en importantes proyectos, como la restauración de los ahu Tongariki y Hanga Piko, el cual dice que era el más destruido y que además tuvo una importante rol en plantar las palmeras que hoy distinguen ese lugar. “Cuando restauramos los moai, no era solo trabajo, sentía que estaba reconectando con la historia de mis ancestros, pude entender la técnica que tenían los antiguos para construir”, afirma.
Francisco recuerda con especial cariño su participación en este trabajo “es algo simbólico, como devolverle algo a la tierra que nos ha dado tanto, es increíble la energía y lo que nuestros ancestros hicieron. Tuvimos que investigar, revisar aquellos ahu que estaban en mejor estado y ver cómo podíamos restaurar aquellos que estaban por completo desarmados, como el caso de hanga piko”. También en Vaihu y Hanga Te’e construyeron soportes para proteger y evitar la erosión e impacto del mar en los ahu. Recuerda lo lindo que fue trabajar junto a otros rapanui, destacando a Pato Pakomio quien ya descansa. “La mayoría éramos rapanui, todos pudieron aprender arqueología con profesionales como Claudio Cristino y Jose Miguel Ramirez que son chilenos e incluso profesionales de otros países”.
Marcia Merino, en Anakena
En Hanga O Teo fue su último trabajo de arqueología el año 2016, el cual estuvo a cargo de Sonia Haoa, el trabajo duró siete meses donde hicieron trabajos de dibujo de los diferentes petroglifos, fotometría y midieron el impacto de la erosión. Para él, la restauración de los sitios arqueológicos no solo preserva el pasado, sino que crea un futuro para las generaciones venideras, uniendo a los jóvenes con su identidad rapanui. A pesar de los desafíos, Francisco sigue comprometido con la idea de continuar trabajando en la restauración arqueológica y transmitiendo sus conocimientos a las nuevas generaciones. “Me gustaría que los jóvenes de Rapa Nui siguieran este trabajo, que sigan cuidando la tierra y preservando lo que nos hace únicos”, expresa con esperanza. Su mayor deseo es que los jovenes continúen el trabajo de preservación cultural, nos cuenta que quiere dirigirse con este sueño a la nueva administración de Ma’u Henua para que consideren seguir restaurando “es un trabajo lento pero bonito”. A él le encantaría participar en proyectos específicos “Hay un ahu que me gustaría restaurar, en Hanga Ika Iri y no necesita tanta plata. Es bien simple, no necesita grúa, son moai pequeños”. “Hay otro ahu en ‘One Makihi que también me gustaría, esta lista la plataforma. Es bonito porque es de piedra roja, hani hani, solo hay que parchar los moai con buena técnica que yo sé”
(a la derecha) con parte del equipo de restauracion en
Hanga O’ Teo
Además de su trabajo arqueológico, Francisco siempre ha tenido una profunda conexión con la tierra. Desarrolló una pasión por la jardinería que heredó de su padre pues era agricultor, describe esos conocimientos como un tesoro. “La limpieza de mi jardín me deja contento, soy el hombre más rico de la isla en mis sentimientos con mis plantas, el cuidado y el saber de la tierra que lo heredamos de los viejos”, explica Francisco con orgullo. En su propiedad ha creado un hermoso jardín que considera su legado más valioso, pues en él se expresa su visión de una vida en armonía con la naturaleza, le dice a todos los jóvenes que se acerquen a él a pedirle flores, pues su sueño es ver la isla llena de ellas, “tenemos flores hermosas y los jóvenes en un metro cuadrado pueden tener su huerto o vivero”. Junto a su esposa, Francisco ha desarrollado un emprendimiento turístico en su hogar. A través de este negocio, no solo logran sostenerse económicamente, sino que también promueven el turismo responsable, mostrando a los visitantes la belleza de la isla y sus tradiciones. El emprendimiento ha pasado por momentos difíciles, pero la perseverancia de Marcia y Francisco ha permitido que el proyecto continúe y crezca. “Casi me rendí dos veces, pero mi esposa, valiente como es, seguía empujando, y al final, aquí estamos”.
Actualmente, Francisco trabaja en la municipalidad de Rapa Nui, donde se ha encargado de la fiscalización de los espacios públicos y el orden vial, asegurando que las calles y áreas peatonales sean seguras para residentes y turistas. Gracias a su carácter calmado y su habilidad para manejar situaciones con respeto, Francisco ha ganado el reconocimiento en su comunidad, contribuyendo activamente al bienestar y seguridad de la isla.