Nadie sabe, si al Hoy sigue un Mañana. Nadie está seguro, si la Siembra que sembramos prosperará. Nadie tiene certeza, si la Vida continuará. Todo es un Don.
Todos somos criaturas de Tane Mahuta, dios de las aves, insectos, bosques y hombres de la tierra. Todos provenimos de la roja tierra, de la cual fue creada la primera mujer. Sin embargo, hay hijos que son rectos y bondadosos bajo el sol, mientras otros se agazapan y alimentan de odio y lamentos en la oscuridad.
Los Hijos de la Paz son las semillas que nuestra madre tierra hace crecer. En busca de la luz se elevan hacia el cielo, transformándose en inmensos árboles del bosque. En cambio, los hijos de la oscuridad son como plantas atrofiadas. Su alma está apresada entre pétridas raíces y ramajes, que inhiben y coartan. Y su ira sólo alimenta nuevas iras, creciendo sin objetivo ni sentido, para confundir y ocultar, molestar y dañar. La oscuridad ha olvidado la belleza de los árboles ergidos y libres. Son los hijos de Tu Ma Tauenga, dios de la guerra. Y mientras marchan al son de sus tambores, permanecerán niños, encadenados en un ánimo limitado, encadenados en un alma malicioso, encadenados en un cuerpo que confunde fuerza con destrucción y se deleitan con el dolor ajeno. Hambre y codicia son las tormentas creadas por estos guerreros de la muerte.
Todos somos criaturas de Tane Mahuta y seguimos a Rongo Marae Roa, la diosa de la paz. Recuerden que nuestros ancestros provienen de diferentes pueblos. Oscuras las pieles de algunos, amarilla y blanca la de otros. Durante muchas generaciones reinaba Atea, la corriente de la vida, y el mundo de la luz nos era confiado. Luego descendió Po Kerere , la noche, y cubrió todo con la oscuridad. Ustedes son los hijos de un pueblo nuevo. Cuidense unos a los otros, tomen el camino del amor, acaricien y cultiven al Hijo de la Paz.