Hija de Napoleón Ika y Flora Paoa. Rosa tiene hoy 73 años y con sus 17 hermanos pertenecen a la tribu aristocrática de los Miru.
“Mi padre es hijo de un francés que se refugió en la isla después del hundimiento del carguero francés “Jean” por el crucero alemán” Prinz Eitel Friedrich” a inicios de la 1ª Guerra Mundial. Fue rescatado frente al Poike por un ovejero y llevado a Hanga Roa. Ahí conoció a mi Abuela.”
“Empezamos viviendo en una parcela, mi papá plantaba maiz para vender a la Compañía Williamson Balfour para su crianza de chanchos. El también criaba chanchos, vacas lecheras y pollos y plantaba de todo. Teníamos suficiente para comer, lo único que nos faltaba era la ropa. La Compañía tenía una pulpería pero no traía mucha variedad, sólo tocuyo y algunos géneros de flores. Nos criamos sin zapatos. Sólo cuando me casé tuve mis primeros zapatos.”
“Mi matrimonio fue organizado por mis padres. Un día llegó la familia de mi marido y pidió mi mano. Yo lo conocía de la escuela, pero no teníamos amistad ni nada. Dentro de mi corazón no quería casarme, apenas tenía 15 años y le pregunté a mi madre el porqué me querían casar. Ella también se había casado a los 17 y mi padre con apenas 14 años. Me respondió que era para que tenga una pareja y un hogar propio. En realidad aquí se casaban muy jóvenes porque lo importante era procrear. Había muy poca gente en la isla. No había dónde estudiar y tampoco habían otras recreaciones como ahora.”
Rosa Ika logró estudiar en Santiago en el Instituto de Educación Rural y trabajó luego en centros de madres en zonas rurales como San Felipe, Nogales y Los Molles… “después me enviaron nuevamente a la isla para organizar cooperativas de abastecimiento, formar centros de madres, clubes juveniles y organizar talleres artesanales. En abril de 1967, después de la inauguración de la pista de aterrizaje de 1.300 metros, construída por la empresa Longhi recibimos el primer charter con un grupo de turistas norteamericanos traídos por la agencia de turismo Lindblad Travel, quienes alojaron en las 40 carpas de la Hotelera Nacional, HONSA. Nos encargaron los collares de flores para recibirlos y collares de conchitas para las despedidas. Asimismo formamos un grupo de baile para alegrar a los turistas. También hacíamos alfombras, cortinas de totora y colchones para el hotel.”
“De mi marido, Diego Pakarati, me separé después de 9 años de casados. En la isla hay mucho golpe – aunque nunca vi a mi padre pegar a mi madre – pero los hombres aquí son bravos y son cambiantes como la luna, pienso que no saben querer a las mujeres. Por ello también las mujeres se ponen bravas porque tienen que defenderse. Yo era muy débil y siempre me arrancaba hacia alguna esquina para que me pegaran en el Kauha (trasero). Nunca quise tener hijos y finalmente dejé que mi marido se fuera con otra.. Ahora me siento bien, nadie me manda. Con Diego adoptamos a Enrique Pakarati, quién nació en 1958 y después de la separación lo crié junto con el Padre Sebastián Englert. En esa época la gente vivía en dos sectores del pueblo, Moe Roa y Hanga Roa. La línea se trazaba desde la iglesia para la caleta. Para el Año Nuevo se hacía en Mataveri una gran fiesta. Habían grupos para cantar y otros para bailar y la compañía Williamson daba premios a los mejores bailarines. También se realizaba el Titingi, que significa golpear la puerta. La gente de un sector salía a saludar a las familias del otro sector golpeando sus puertas y compartiendo algo para comer. Todos los años se alternaban para saludarse mutuamente. No había trago aún y lo pasábamos muy bien conversando y cantando. Hoy en día ya no se puede vivir tranquila con una juventud tomando hasta tarde en la noche, tocando música electrónica a todo volumen, impidiendo el sueño reparador de los demás. Terminan curados, corriendo a las tres o cuatro de la mañana por las calles con sus motos ruidosas y los accidentes abundan. Falta mucha educación cívica.”
Rosa Ika nos contó una experiencia con los Pepe Varua, los espíritus ancestrales que suelen habitar diferentes lugares en esta misteriosa isla, manifestándose en los sueños de las personas hasta hoy en dia . “ Mi madre se levantaba todos los días a oscuras para ir a misa junto a mi padre. Ella contaba que cerca de la casa solía ver caminar a alguien en la oscuridad. Con el tiempo yo construí mi casa en ese mismo lugar. En la primera noche soñé con un hombre que estaba durmiendo en una cama en la sala de estar y le pregunto ¿qué haces en mi casa? El Varua me respondió que vivía aquí hace mucho más tiempo que yo y que duerma tranquila, que nada me pasará. Desde ese momento me he sentido muy protegida en mi casa.”
Rosa Ika continúa trabajando los materiales que la naturaleza proporciona, fabricando trajes ancestrales, sombreros, carteras y bellísimas coronas, collares y adornos para el pelo. Usted los puede admirar en el mercado artesanal del aeropuerto.