Patricia Lillo Chinchilla

Patricia Lillo Chinchilla

Patricia Lillo Chinchilla

Patricia Lillo, hija de Eusebio Lillo, descendiente del autor del himno nacional chileno y Elba Chinchilla, vive hace más de 50 años en Isla de Pascua gracias a que su hermana mayor Elvira contrajera matrimonio con el rapanui Marcelo Pont Hill en Santiago en 1960. Ella recuerda: «Ambos vivían con mis padres y muchos pascuenses llegaban a nuestra casa, algunos incluso se quedaban a vivir por un tiempo como Huenteslao y Juanito Laharoa, Juan Teao, Anita Pont Hill – quién tuvo su primer hijo en mi casa – y también Lucas Pakarati a quién mi padre lo presentaba como su hijo. Y así muchos más. Yo tenía 10 años y compartía con todos, aprendí a bailar y cantar con ellos, fueron personas muy especiales para mi.»

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Seis años después, el 1° de marzo de 1966, al publicarse la «Ley Pascua» en el Diario Oficial creada por el gobierno de Eduardo Frei Montalva, la historia de Isla de Pascua cambia bruscamente. El territorio insular , desde 1917 bajo la jurisdicción de la Autoridad Marítima quedando los isleños sometidos a leyes y reglamentos navales, se integra a la Región de Valparaíso y los pascuenses se convierten en ciudadanos con plenos derechos constitucionales, recién 78 años después de que la isla fuera anexada a Chile en 1888. Luego se constituye la municipalidad y se instalan los servicios públicos. Para servir de nexo entre la jefatura de los servicios y la comunidad isleña se seleccionan habitantes rapanui que vivían en el continente y dominaban el español, invitándolos a regresar a la isla con buenos sueldos. Patricia Lillo continúa: «Mi cuñado fue uno de ellos. En agosto asumió un cargo en el futuro Registro Civil. Mi hermana llegó con su cuarto hijo recién nacido junto con nuestra hermana Mercedes y tuvo problemas de salud. Cómo no había hospital ni avión en ese tiempo, en el próximo barco llegó mi madre con Beto y dos hermanos menores para cuidar a los hijos mayores de Elvira quién se embarcó al continente. A su regreso nos trajo a mí y a mi hermana Carmen en el primer vuelo comercial de LAN. Recuerdo que volamos 11 horas. Al bajar nos recibió mucha gente alrededor del avión y ahí llegó Elisa Paté Pont en su caballo y me grita: «ya sube», me agarró y subió de un ala, le dio correas al caballo y galopamos por la costa frente a Hanga Vare Vare. No había casas…llegamos a un Pae pae (casucha) en una ladera verde donde estaban las hijas de mi hermana. Después seguimos galopando a la casa de mi madre por Ara Roa Rakei arriba. La calle estaba bordeada de árboles de café que hoy ya no existen.»

 

«Al llegar me encontré con mucha gente, se había corrido la voz que llegaban las hermanas de la mujer de Marcelo. Como en ese entonces había escasez de mujeres, todos los «solteros sin compromiso» se avecindaron con guitarra y cantos. Entre los pretendientes estaba también mi futuro marido, Casimiro Hey Riroroko, quién resulto el conquistador más insistente, todos pensaban que pololeábamos. Pero yo apenas cumplía 16 años y no tenía interés. Luego entré a trabajar en el campamento de una base militar de la USAF (Fuerza Aérea de los EEUU) que era una base rastreadora de satélites que fue autorizada por el ex presidente Eduardo Frei Montalva a través de un convenio con la Fuerza Aérea de Chile. Casimiro, siempre observándome, trabajaba en el taller mecánico de los gringos mientras yo estaba en la cocina al frente. Así pasó el año. Yo resentí el acoso y lo único que quería era volver a Santiago. Cuando nos fuimos a caballo al aeropuerto , Casimiro lloraba colgándose del caballo. A los dos meses estaba en la puerta de nuestra casa en Santiago. Mis hermanitos me gritaban: «llegó el Cati, llegó el Cati». Me abrazó y besó y mi padre se molestó con él, pero mi madre le explicó que era un buen hombre y nos solía traer comida en la isla. Casimiro luego regresó a su isla pensando que había un compromiso.»

 

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Yo quería quedarme y estudiar para profesora, pero mi padre me controlaba tanto que hasta pensé internarme y le pedí a mi madre regresar a la isla. Volví a trabajar dos a tres veces por semana con los norteamericanos. Esta vez servía de mucama en la base arriba en el volcán. Estaba en un hoyo, muy camuflada, no se veía desde el camino. Habían habitaciones lleno de computadores pero todas con llave. Me decían: «Lo que usted ve, no lo ve y lo que escucha, no lo escucha.» Casimiro quería continuar con el pololeo y yo le dije que primero se arreglara los dientes, es que le faltaban las dos paletas frontales. No pensé que su hermana Catalina Hey era casada con un dentista. Así que, al poco tiempo continuamos con el pololeo y nos casamos. Mis suegros, Enrique Hey y Amelia Riroroko me recibieron bien, fueron muy generosos. Juan, hermano de mi suegro, me empezó a llamar Paratani. Mi suegra era muy tierna, me enseñó muchas cosas como hacer collares de conchas y reconocer aquellos  lugares en el campo donde encontrar agua dulce.»Yo quería quedarme y estudiar para profesora, pero mi padre me controlaba tanto que hasta pensé internarme y le pedí a mi madre regresar a la isla. Volví a trabajar dos a tres veces por semana con los norteamericanos. Esta vez servía de mucama en la base arriba en el volcán. Estaba en un hoyo, muy camuflada, no se veía desde el camino. Habían habitaciones lleno de computadores pero todas con llave. Me decían: «Lo que usted ve, no lo ve y lo que escucha, no lo escucha.» Casimiro quería continuar con el pololeo y yo le dije que primero se arreglara los dientes, es que le faltaban las dos paletas frontales. No pensé que su hermana Catalina Hey era casada con un dentista. Así que, al poco tiempo continuamos con el pololeo y nos casamos. Mis suegros, Enrique Hey y Amelia Riroroko me recibieron bien, fueron muy generosos. Juan, hermano de mi suegro, me empezó a llamar Paratani. Mi suegra era muy tierna, me enseñó muchas cosas como hacer collares de conchas y reconocer aquellos  lugares en el campo donde encontrar agua dulce.»

«Casimiro  era pescador y se iba a la bahía en Hotu Iti y otras veces en La Perousse y se ausentaba por meses. Yo decidí acompañarlo para que mis dos hijos chicos estuvieran con él. Vivimos en una cueva que tuve que arreglar lo mejor que pude. Hice una pequeña pirca para poner las cosas y forraba las paredes rocosas con paños de tela para protegernos de los ratones. Había una especie de pasto que se calentaba con el sol y lo cortaba a medio día para colocarlo en la cueva  para dormir en la noche. Aprendí a juntar leña, hacer fuego y mantenerlo encendido durante todo el día. Había que economizar los fósforos. El barco de abastecimiento llegaba una vez al año y el avión una vez por semana solo con los alimentos perecibles. La comida era muy poca para los 1.100 habitantes. A los 3 – 4 meses  todo se echaba a perder, la leche se ponía rancia, la harina había que harnearla y el azúcar era amarilla  con sabor a petróleo. Ciertas familias tenían buena tierra y plantaban camote, mandioca y taro (un tipo Manto de Eva) para acompañar al pescado o al cordero, pero otras no tenían.» “En realidad la pesca no servía como una fuente de trabajo remunerado. El pescado no se vendía sino que se compartía con la familia. No era una entrada segura y yo quería que mis hijos estudiaran en Santiago, lo que me hizo tomar las riendas y partí vendiendo pescado en la caleta de Hanga Roa. Muchas veces acompañé a mi marido a pescar, a buscar el Jajave (carnada) y piedras para usar como plomo, también a tirar la red. Hice de todo. En ese tiempo solo había un generador chico que se daba a las cuatro de la tarde y se cortaba a las diez de la noche. El generador era tan débil que si yo lavaba la ropa, mi vecina no tenía energía suficiente. Había que ponerse de acuerdo. 

Estuve 46 años casada. Al no haber experimentado con nadie más, es lo que me tocó vivir. Aprendí a ser mamá, a ser más valiente, a enfrentar cualquier situación adversa en la vida y también a enfrentar a la familia rapanui.  Sentía que me querían  y no me querían. Casimiro era un típico hombre rapanui, duro y tierno a la vez. Ellos se creen muy fuertes pero son muy niños y muy machistas. Cada vez que Casimiro se enojaba y alteraba yo le paraba el carro. A veces lograba controlarse, otras no y me levantaba la mano. Hasta lo he llevado al tribunal.  El hecho es que ellos aprendieron a vivir así; fueron niños maltratados, niños que tenían que trabajar desde muy pequeños. Yo veía niños chiquitos de 4 años empinados – como colgados del lavaplatos – lavando la loza por obligación.»

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