Blanca Pont tiene hoy 80 años, fue criada por sus abuelos paternos, el francés John Vicente Pont y Heremeta Make. Según ella…”mi abuelo me guió por buen camino, por el camino del respeto.  Como era bonita cuando joven, siempre me decía: .. van a venir hombres a esta casa a buscarte. Sólo deben tomarte de la mano o darte un besito, pero no entregues el menudito, porque el dia que lo entregues, quedarás embarazada y esos hombres o se quedan o se van.  Cumplí con lo que me enseñó mi abuelo.”

“En ese tiempo la isla era pobre, pero a nosotros nunca nos faltó el alimento porque teníamos carne de mamoe, pollo, pato, leche, mantequilla. El azúcar, el arroz y el jabón escaseaba porque el barco de abastecimiento sólo llegaba una vez al año. En la pulpería de la Compañía Williamson había de todo, menos zapatos. Ibamos a la escuela sin zapatos. Cursé hasta el 6° básico. No había educación media. Con mi compañera y mejor amiga Anita Rapahango eramos las mejores alumnas. El cura Sebastián Englert me eligió para monja, pero resulta que llego el barco Opa Opa y en eso se perdió una monjita por tres dias quién se había ido con un marino. Sebastián Englert la castigó y eso me impresionó. A mi no me gusta que me castiguen y por ende no fui monja. Después llegaron las monjas a la escuela y nos prohibieron hablar en rapanui. Si lo hacíamos nos pegaban.  Una vez Sor Margarita me pidió que le nombrara los meses en rapanui y yo le respondí en castellano. Me llegaron fuertes varillazos por no obedecer y eso que no debíamos hablar en rapanui.  Eran igual al cura, te pescaban de la oreja y te tironeaban.

A los trece años fui con mis padres a caballo al leprosario. Conocí a un señor en silla de ruedas, bien vestido,  pero no tenía pies ni manitos, era Gabriel Hereveri. A mi  padre le decían papá porque iba todos los dias a dejar leche y carne y a visitar a la hija de Leon Laharoa. “No tengas miedo”… me decía.  A los 19 años empecé a trabajar en el correo donde ahora está la Armada  Recuerdo una vez que fui a la iglesia con mi mamá y ella me vió una mancha roja atrás en el vestido y me decía enojada : “ Ko Heke a Koe”  (te desfloraste).  Después entendí. En esos tiempos las mujeres debían llegar vírgenes al matrimonio y había mucha ignorancia.  Las muchachas se casaban a los 13 o 14 años, antes de que les llegara la menstruación. Como les llegaba la regla durante su matrimonio, para las madres era claro que llegaba con la relación sexual. Por lo tanto, si una jóven tenía manchas de sangre atrás en su ropa, ello significaba que había tenido relaciones. La Nua Tokeme Tuki, en su juventud, se solía cortar los talones para culparlos de la mancha de sangre en su vestido.

Salía muy poco , hay partes de la isla que no conocía. Recién a los sesenta años me llevaron a conocer el Terevaka. Nadie conocía el continente. A los veinte me casé con Luis Atan. Tuvimos 10 hijos. En esa época no había como prevenir, algunas mujeres tomaban una mezcla de pepitas del Miro Tahiti (tipo de acacia) mezcladas con el cardenal rojo. Era veneno, lo tomaban y perdían el bebé, algunas incluso morían. Cuando llegaban los barcos del conti se enfermaba toda la isla del Kokongo (gripe). Mi abuela manejaba muchas hierbas medicinales como el palto y el eucalipto para la gripe, la higuerilla para los resfríos renales, el Matua Pu´a para accidentes, el Pua para el Haha Ra´ra Ra´ra  (fiebre aftosa).  Para quitar la fiebre machacaba las puntas de las guias de zapallo en un paño y daba de tomar el jugo. La única enfermedad sin remedio era la epilepsia. Recién en 1964 llegaron remedios a la isla.  También llegó el  primer ginecólogo para revisarnos el Tino ( vagina). Me daba mucha vergüenza, más aún si debía compartir una comida con él ya que mi marido era alcalde y eramos muy amigos del gobernador. Una vez que el director del hospital estuvo en el conti, llegó otro Taote (médico) a la isla y nos llamaron a control a todas las madres. Yo tenía un embarazo de siete meses, pero no se notaba mucho. El  médico me revisó y me dijo que tenía tres meses de embarazo. Yo me enojé y le respondí: “…yo sé cuándo tuve sexo….. , tengo siete meses.” El se me tiró encima y me quiso violar, yo grité, lo golpeé y me fui. El me gritó “…vas a sufrir toda la vida”. En esa época todos eramos considerados leprosos. En una de las revisiones me dijeron que mi hija tenía lepra y que no podía ir al colegio. Al regresar el Dr Meneses, director del hospital, fui a hablar con él. Al revisar a mi hija dijo claramente:”…esta muñeca no tiene lepra”. Ahí le dije que llamara a su médico quién me quiso violar. Una mala experiencia, pero después todos los Taotes me atendieron bien.

Estuve leyendo el levantamiento liderado por Alfonso Rapu (1964) en la revista Moe Varua pasado. Recuerdo esa época. Como mi esposo estaba contratado por la Fach no podíamos participar . Los cosacos solían visitarnos y pedirnos agua, ya eran casi amigos. Un dia uno de ellos me dijo:…”no salga esta noche, va a haber problemas” y al regresar mi esposo también me advirtió”…si sientes disparos no salgas.”  En esos dias llegaron  a caballo unos encapuchados. Era Martín Paté, primo de mi esposo. Ambos fueron criados por Timoteo Pakarati y Victoria Atán. Mi esposo le preguntó:”…  cómo puedes venir encapuchado, si quieres matarme házlo, pero no a mi mujer, madre de nuestros hijos.” Escuché gritos y se fueron. Como no apoyamos a Alfonso nos querían quemar la casa. Algunas mujeres me tiraban piedras cuando iba a la iglesia. La gente se había divido políticamente. Había comunistas, demócratacristianos y otros. A mi casa llegó la esposa de Allende con sus tres hijas, venían a hacer campaña. Fue la primera vez que escuché la palabra “comunista”. También llegó el pololo de Isabel quién me decía: “…soy pololo no más, pero no soy comunista.”

La gente de antes era muy buena, todo lo que tenían lo compartían sin interés. No sé porqué ahora han cambiado tanto. Hoy dia se hizo realidad lo que una vez me dijo el Koro (viejo) Nicolás Pakomio: “… en Rapa Nui los Tangata (hombres) son malos “. En realidad, con el desarrollo económico también  se desarrolló el egoismo y se ha perdido el respeto de antes, aunque aún quedan personas buenas.